1.3. Racionalismo y normatividad/
Irracionalidad y emoción.
El XVIII asumirá la emoción y la
sensibilidad como preceptos estéticos. Para ellos son componentes del arte.
Admiten el concepto de “gusto”, pero no como algo individual, sino como un
instinto resultante del hábito mental condicionado por la práctica de las
reglas, no como algo subjetivo, como ocurre en el Romanticismo. Todo eso se ve
influido por el filósofo David Hume. Hume distingue entre gusto y opinión
personal, por lo que para que un dictamen estético individual sea merecedor de
tenerse en cuenta debe cumplir que:
a) El
individuo posea una delicadeza o un mínimo de sensibilidad para percibir la
estética.
b) Que
pueda liberarse de todo prejuicio que pueda perturbar su juicio.
c) Que
posea experiencia en el trato del arte.
Cuando
esto se cumpla, el valor subjetivo tendrá cabida, y será el buen gusto. El
resto serán opiniones sin valor.
Esta
dualidad entre reglas y gusto es el síntoma claro de que la estética es mucho
más compleja de lo que parece. Para entender esta estética hay que saber qué es
lo bello y qué lo sublime.
v BELLEZA: Para
Luzán, la belleza se hace depender de las cualidades materiales de los objetos,
más que de la interpretación subjetiva del observador. Se atribuye a la belleza
el efecto de producir placer al contemplar esos objetos. El antídoto emocional
de la belleza es el concepto de sublimidad.
v SUBLIMIDAD: Este
concepto viene de la Retórica, de la oratoria. El concepto superó su primera
acepción retórica y en el S.I el griego Longio afirmaba que “lo sublime es lo que nos emociona por su
energía superior o las facultades humanas en cualquier ámbito de la naturaleza,
vida o conocimiento” En el S.XVIII Edmund Burke, demostró en una
publicación que lo sublime está relacionado con las emociones, que pueden ser absolutas o relativas. Burke decía que
el placer o el dolor (absoluto) son aquellos que tienen una causa concreta o
efectiva que actúa directamente sobre nosotros. El relativo placer es cuando
desaparecen el dolor o miedo absoluto sin haberlos olvidado del todo. Para
Burke, las emociones que más sentimos son aquellas emociones relacionadas con
el instinto de conservación, de modo que los objetos que nos hacen temer
por nuestra integridad son los terribles y ante ellos sentimos terror. Pero
cuando estos objetos terribles no nos pueden dañar y nos percatamos de ello,
sentimos deleite, que es el placer relativo que aparece cuando desaparece el
terror.
A los
objetos que provocan deleite y terror los llama sublimes, y ahí estarían
la: oscuridad, el poder, la energía, la
fuerza, el gran tamaño de las cosas…
Para
Burke el placer es una emoción menos fuerte que el terror y lo que produce
placer positivo o absoluto se llama belleza, de manera que los objetos
bellos tienen características contrarias a lo sublime: pequeñez, luz, debilidad…
Es así
como se entiende el término belleza en Luzán.
Es en
esta aspiración a la sublimidad en la que debemos entroncar la apreciación
dieciochesca (segunda mitad del siglo) por las emociones como última
justificación del arte. Una predilección que lleva a un nuevo tratamiento de la
naturaleza, origen de la incorporación de elementos sobrenaturales o
terroríficos, así como el interés por los elementos medievales (prerrafaelismo)
En este
sentido, el Emocionalismo o Irracionalismo ya están presentes
en la aspiración a la sublimidad en, al menos el último tercio del siglo,
hallando continuidad en el XIX.
No hay que contraponer, por tanto,
neoclasicismo y sensibilidad como apartamentos antagónicos, sino que hay que
hablar de la riqueza dieciochesca. Encontramos un origen prerromántico, ya que no existe una ruptura estética, sino una
evolución natural.
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